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sábado, 3 de julio de 2010

El velo que cubre el alma

Ahora nuestros alcaldes están inmersos en un frenesí para determinar qué pueden hacer para afrontar lo que ellos creen que puede ser la concepción mayoritaria de los ciudadanos a los que representan, entre una gran variedad de concepciones, basadas en un mayor o menor grado de información, sobre el uso del hijab (prendas femeninas islámicas) en espacios públicos.

Unos defienden que el uso del hijab es un símbolo de la sumisión de las mujeres árabes a la cultura mayoritariamente machista de sus sociedades de origen, subyugadas a una religión que les priva de derechos de libertad para trazar sus propios caminos, ya que dicha indumentaria tiene como actual objetivo no levantar impresiones atractivas hacia otros hombres con los que eventualmente se puedan cruzar (aunque originariamente servía para distinguir a las mujeres libres, y sumisas exclusivamente a Dios, y no a los hombres, de las esclavas y prostitutas).

Otros defienden que dicha vestimenta puede ser usada libremente por las mujeres que lo deseen, pudiendo ser representativa de su cultura, de su forma de vida, y que no hace más daño que a las mentes contaminadas de estereotipos y de perjuicios a los que son ‘diferentes’ en vivencias, religión, color y maneras de relacionarse con los demás, y que si éste es un país que presume de libertades, debemos aceptar las acciones libres que no interfieren en las libertades de los demás.

Señoras y señores, o señores y señoras, sin importarme el orden, personalmente me es indiferente si me cruzo por la calle, o me encuentro en una oficina de atención del ayuntamiento, con una mujer con el pelo cubierto con un pañuelo o con una mujer con el pelo naranja y azul. Ambas levantarán las pasiones que levanten, teniendo, o no, éxito en el recato, o no, que han intentado expresar físicamente, por la indumentaria que utilicen, a los que tienen la fortuna de disponer de vista. Tan simplemente intentan representar una forma de ser para relacionarse correctamente con los demás de la sociedad que las rodea.

Y de relacionarse estamos hablando. Y relacionarse depende de los términos en que hablamos de integración.

Si por integración entendemos fagocitar a la cultura que llega para que se diluya en el organismo de la cultura que la recibe hasta que no quede ningún rastro de la primera, no me parece una forma de actuar muy propia de una sociedad abierta que garantiza las libertades individuales de todos. Si por integración entendemos la mezcla de culturas que resulte en una nueva cultura, distinta de las anteriores, hablamos de una verdadera fusión, cuyo resultado es indisociable, la verdadera creación de una nueva especie, más adaptada y evolucionada.

Lo que ocurre es que para asumir esa mezcla de culturas debemos partir del punto de que puede que ni unos ni otros tengan toda la razón, y asumirlo, lo que no es poco, permite que estemos abiertos para admitir otras opiniones, olvidando perjuicios previos y con disposición a aprender, para incorporarlas en nuestras acciones si entendemos que tienen una base coherente y justa, en fin, si tiene un sentido más profundo por detrás de las palabras.

La verdad resulta mucho más fácil usar el poder que convencer.

Utilizando el poder obligas a los demás a que hagan lo que quieres, independientemente de lo que piensen o quieran, incluso si el motivo resulta beneficioso para los obligados. Es una manera patriarcal de resolver los problemas y entender al Estado, que representa a la sociedad en su conjunto, como el Patriarca.

Convencer resulta mucho más laborioso. Implicaría primero haber escuchado las distintas versiones, entender todos los motivos que se han expresado, revisar los argumentos propios, desechar los argumentos que no se basen en la justicia máxima para las partes en posible conflicto, potenciar aquellos argumentos que lo hacen, expresándoles de forma que se entiendan en su plenitud. Pero eso no es un trabajo del Estado. Es de todos. Hasta encontrar el punto de encuentro.

El rostro es la forma más expresiva de las emociones. Más que las palabras, más que la ropa que uno viste. Es la expresión del alma. Peor que vivir en un mundo de ciegos, donde cuando uno hace ruido es cuando los demás notan una presencia, es ser insignificante, donde por mucho ruido que hagas hay otros elementos que merecen más atención siempre. Ocultarlo quizás sea cómo ocultar el alma.

Vivir es interactuar con los demás, es aprender y es enseñar, nada más. Solo a través de ese intento, del riesgo de desvelar el alma para que los demás desvelen la suya, se puede tener la oportunidad de hacer el bien en la Tierra, aunque sea legítimo que uno no lo haga si no quiere.

El Estado debería de tener el único deber de apoyar la liberación de los que están subyugados a los hombres y no a sus almas. El Estado debe ser contundente y riguroso con alguien que trate de impedir a otro a ser humano de ser libre, si lo desea. Debería ser fácil que quienes necesiten de ayuda la encuentren rápidamente en la Administración, con apoyo legal, financiero, psicológico o de cualquier otra índole. El Estado debe ser la palanca de soporte de quienes no tienen otra alternativa, el hombro amigo. Pero este apoyo solo sería necesario si no hubiera nada más. Si no hubiese una sociedad que simplemente no catalogara de diferente o extraño a los recién llegados, que se relacionara con ellos, que quisiera aprender de ellos, que diera el primer paso, que no impusiera sus puntos de vista, que les aceptara tal cual como son, que se mezclara, que convenciera y que se dejara convencer, que se sintiera atraída por lo nuevo y que atrajera a lo nuevo.

La sociedad, ante estos nuevos rectos, podrá decantarse por el camino fácil o por el laborioso.

Quizás podamos exigir que los políticos que nos representan promuevan amplias campañas de concienciación para la mejor integración posible. Y se empieza en la escuela. Pero no solamente está en la escuela el peligro de descarrilamiento. Nuestros adultos también cuentan y mucho, ya que influyen de manera decisiva en nuestros hijos. Si nuestros adultos no están convencidos del camino correcto a seguir difícilmente podrán convencer a nuestros hijos. Si los adultos de nuestra sociedad, incluidos los políticos, buscan solamente promocionar estrechar lazos entre individuos a los que sienten afines, formando un grupo en que obviamente se auto-incluyen, por que les conviene más, segregando a los demás, a través de los ataques verbales fáciles, la segregación probablemente se hará mayor y aparecerán conflictos que no deberían existir. Hay velos que solo cubren nuestras almas.

Vivir es interactuar con los demás, es aprender y es enseñar, nada más.