La derecha imperante en España, esté o no ésta en el gobierno, cada día provoca
más indignación y, en cada vez mayores ocasiones, incluso da miedo.
Se trata de una derecha que no ha convergido hacia otros modelos de Estados
más democráticos, y democráticos hace más tiempo, del entorno europeo. Y no lo
ha hecho porque, a pesar de que a muchos se les invada de euforia bramar al
viento que la transición española fue exquisita, siendo modelo de estudio del
buen hacer a nivel ¡mundial!, lo cierto es que no se invitó en su momento a los
antiguos señores hidalgos a que se bajaran de sus caballos. A cambio se hizo
una ley de punto final, como en Argentina. En nada se pareció a la revolución portuguesa
de los Capitanes de Abril que terminó con la dictadura del Estado Novo,
obligando a muchos al exilio, ya que el término revolución implica intentar dar
la vuelta por completo a los renglones de poder. Se puede decir, que la
revolución portuguesa, por haberse producido primero sirvió de ejemplo al
régimen franquista de cómo no debía ser una transición hacia la
democracia.
La “Transición” española podría haber sido defendida, por alguno de los que
la permitieron, con el siguiente discurso, un pelín más claro que el de
entonces:
“Vienen tiempos imparables y
revueltos y tenemos que adaptarnos para sobrevivir. Dejemos enterrado al pasado
y sus muertos, estén donde estén, porque también había de los nuestros, que
nosotros, los elegidos, desde arriba, aunque parezca desde abajo, lideraremos
esta nueva etapa, aunque seamos viejos conocidos del pueblo, ya que para eso
hemos nacido, con el fin de que parezca que algo ha cambiado, sin cambiar casi
nada, y menos nuestra manera de guiaros por esta vida, rellenando de pomposidad
este momento, aunque en poco se diferencia del momento justo anterior. Eso sí, no
admitiremos jamás cualquier agravio sobre nuestro oscuro y majestuoso pasado, y
soltaremos los perros sobre aquellos a los que no les hayamos convencido, con
la vehemencia limitada de estos tiempos modernos, de que no deben ver, al menos
con demasiada claridad, y menos alardear sobre nuestras vergüenzas. Y como
muestra de nuestro infinito empeño en satisfacer nuestra legitima voluntad mantendremos
visibles nuestros símbolos por toda España, por los tiempos de los tiempos.”
El Generalísimo descubrió, allá por los años 50, y gracias al apoyo
americano (que tenía que atender a una guerra muy fría poniendo bases aquí y
allí, y no podía estar por pequeñeces como los derechos humanos), que el pueblo
podría sustituir el “pan y fútbol” tradicional por algo más estimulante y
vanguardista tal como un SEAT 600, y que eso no tenía por qué cambiar el status quo de la clase dominante. Ni tampoco
tenía por qué despojar la mente del pueblo de los dogmas de fe que el
nacional-catolicismo tenía la condescendencia de impartir a aquellos que tenían
la obligación de seguirlos.
Y por todo eso, y algunas muchas cosas más, debo decir que ese estilo de
dirección dura más de 60 años, desde que abrimos las puertas y dimos la bienvenida
al amigo americano. Y en ese libro de “Mass
Management” hay una nota de pié de página que habla de la “Transición”
española: “A finales de los años 70 se ha cambiado el sistema de poder absoluto
por el sistema de poder compartido. Fin de la cita.”
En suma: Fue una transición “pactada”. Y el pacto consistió en que los
allegados del régimen podrían seguir optando por el poder a cambio de evitar un
colosal baño de sangre.
Basta ver el curriculum de muchos
de los actuales dirigentes y altos cargos de partidos políticos de la derecha.
Dime de dónde vienes y te diré quien eres.
Su mensaje, y sus ideas cavernícolas, no han podido ser acalladas por la
parte de la población que despreciaba al antiguo régimen, lo que permitió que
no se cohibiese aquella otra parte que lo vapuleaba, como era de esperar. Han
encontrado cauces para seguir propagando su fe, en lugar de extinguirse, en
contra de la lógica de lo que pasa en las revoluciones exitosas.
Y hoy día, 40 años después de lo que algunos nos quieren hacer creer que ya
es Historia, les vemos otra vez correteando y jugando con las masas por los pasillos
de poder de las instituciones políticas, de los grandes conglomerados empresariales,
muchos públicos en otros tiempos, disfrutando discretamente de sus pazos o fincas
de esta tierra que es suya por derecho hereditario o por simple saqueo. Solo se
debe llamar Historia a aquello que ya ha pasado.
Hoy pueden manipular las leyes a su antojo. Su derecho a veto es inalienable
ante cualquier modificación. Nos señalan como malditos pecadores si osamos
pensar que las leyes, que parecen tener exclusivamente su talla, no nos parecen
justas, porque las leyes hay que seguirlas, nos guste o no. Lo demás es
sacrilegio.
No les sonroja dominar, con subterfugios poco éticos, altos estamentos del
poder jurídico y de los media, para garantizar la docilidad del pueblo, ahora en
versión 2.0.
La única causa que puede unir verdaderamente a todo el pueblo
español es combatir el neo-fascismo. No hay mucho más que pueda resolver
tantos de los problemas de España como vencer esta batalla.
Cuando se derogue la ley de punto final de la transición y se juzguen los
delitos del franquismo, cuando se hagan las pruebas de ADN de aquellos que han
quedado en fosas comunes, cuando el Valle de los Caídos se convierta a la
democracia, cuando preguntemos por qué se han heredado los pazos, cuando
limpien todas las plazas y calles que homenajean a franquistas, cuando se sustituya un festivo de alguna de nuestras virgenes por el Día Nacional Contra El Olvido Del Franquismo y veamos a muchos bajar contrariados la cabeza en señal de respecto a los demás, y cuando se
esterilicen los órganos de poder después de vaciarlos de los hijos del antiguo régimen,
entonces, y solo entonces, podemos decir que la Transición ya ha pasado a la
Historia. Hasta entonces es como si siguiéramos rindiendo pleitesía y
derrochando servidumbre a aquellos que nos manipulan hace tanto tiempo, que de
saberlo exactamente, nos parecería demasiado extraordinario para ser verdad.