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domingo, 15 de abril de 2012

Son malos tiempos para la ética


El gobierno español ha decido perdonar la persecución fiscal a los defraudadores de Hacienda si ingresan en las arcas públicas una pequeña parte de lo que deben. Reactivará en algo la economía, mejorará las cuentas del Estado y se les garantizará el sigilo sobre sus nombres y apellidos. Eso anima bastante a los que sufren tentaciones de fraude fiscal a pensar que el crimen compensa, y seguirá compensando, ya que tarde o temprano tendrán una amnistía fiscal. Los gobiernos de España ya han permitido 3 amnistías fiscales en democracia y en cada una de ellas siempre se ha jurado que sería la última. Se trata de una macro operación de blanqueo de dinero no declarado que posiblemente estaría en manos de mafias, de gestores de grandes empresas, de políticos corruptos, agregando naturalmente todo el entramado de individuos y empresas que les utilizan de forma ilícita para acceder a los jugosos capitales del Estado, entre otros. Si uno fuera mal pensado, diría que estamos exonerando a todo un grupo de ciudadanos, potencialmente poco modélicos, de la persecución penal a cambio de una pequeña multa. 2.500 millones de euros espera el Gobierno recaudar con esta medida. Un 0,2% del PIB. Puede que no nos hayamos dado cuenta de que la crisis es terrible y que cualquier medida puede valer para recaudar más. Puede que sean malos tiempos para frivolidades como la ética.

Existen más de 5 millones de parados, un goteo de crédito que no acaba de robustecer la economía productiva, un conjunto de Cajas de Ahorro que ahora nos parece excesivo y pesado, un déficit del Estado que se resiste a remitir de sus altos niveles, una deuda pública que empieza a galopar, un panorama de recortes públicos presupuestarios en que, tanto los que recortan como los que están en contra de ellos, tienen razón, una población que camina a pasos agigantados a un nivel económico inferior al que realmente está pero que, además, creía que estaba en un nivel superior, una red política con un alto grado de corrupción aparente, una economía sumergida de gran magnitud que el Estado evita perseguir para no poner contra las cuerdas a todos los que no tienen otra opción, y en medio de todo esto debemos defendernos de ataques especulativos que elevan la prima de riesgo del país e incrementan nuestra deuda. Después de 4 años de crisis ¿Cómo salimos de esta?

Lo Urgente:

Debemos llegar, de una vez por todas, a un nivel de déficit público inferior al 3% para acabar con los ataques de los mercados. No nos importa la prima de riesgo si el Estado no necesita pedir prestado. Necesitamos olvidar los “mercados” pero especialmente que ellos nos olviden. Reducir el déficit circunstancial se trata de, en el corto plazo, recaudar más y/o gastar menos y reducir el déficit estructural se trata, de en el corto plazo, invertir o reestructurar procesos de forma inteligente que permitan la dinamización del tejido productivo del país para recaudar más a la larga.

Es fundamental que el crédito esté accesible para la reactivación empresarial productiva y no tanto para la estimulación del consumo. Necesitamos que el crédito permita generar empleos y no que genere más hipotecados. Necesitamos que el país cree más de 5 millones de puestos de trabajo de forma urgente - tarea titánica - y aun estamos en la fase de destrucción de empleo. Es prioritario que el gobierno encuentre los mecanismos necesarios para reorganizar rápidamente el sistema bancario y hacer que funcione correctamente para que pueda empezar a financiar casi exclusivamente los proyectos que realmente aporten garantías de creación de empleo, y preferentemente cualificado para evitar la fuga de “cerebros”. ¿Acaso alguien puede vivir sin trabajar? Y si vamos más allá ¿qué tipo de trabajo queremos para nuestro país e hijos?

El Informe Pisa recuerda, año tras año, que no vamos por el buen camino. No debemos ponernos excusas: no lo hacemos bien. La evolución humana se basa en que vemos como otros más experimentados aplican sus conocimientos para conseguir ciertos objetivos y les imitamos. Y aprendemos. Pues miremos como lo hacen otros países que consideramos como ejemplo e intentemos imitarles. Y aprender. Esforcémonos en equiparar nuestros maestros, alumnos y métodos de enseñanza, porque tenemos el coraje de admirar a otros y aceptamos que saben hacerlo mejor. Por una razón u otra. Y no siempre tiene que ver con gasto, aunque éste es necesario, pero la suficiencia tiene más que ver en cómo nos organizamos. Puede que no queramos exigir de nuestros hijos el nivel de esfuerzo y dedicación a los estudios que los niños surcoreanos o chinos porque creemos que deben tener derecho a disfrutar de una adolescencia más amena y acorde con nuestra manera de vivir. Lo cierto es que nuestros hijos tendrán que competir de alguna manera con ellos en el futuro. Si creemos que imitarles no es el camino correcto, debemos inventar con urgencia otro camino más acorde con nuestros ideales que cumpla con nuestras expectativas y consiga mejores resultados.

Y finalmente está Europa. Los 27 países se necesitan mutuamente para competir con otros bloques en el mundo. Pero hay países europeos que tienen mayor poder que otros, que además tienen ciertas reticencias respecto a la seriedad de la conducta de unos cuantos del grupo y que no parecen dispuestos a ayudarles. Las razones reales de tales reticencias poco importan. Pueden estar basadas en estereotipos o simplemente sirven para que ciertos políticos reafirmen su poder ante un grupo de votantes a través de denegrir la imagen de otros países. ¿Qué más da? Tenemos que cambiar nuestra imagen ante los demás países de Europa para que ese mensaje suene a vacío y que difícilmente calle allende Pirineos. Y no se puede hablar de ello si no hablamos de corrupción, pública o privada, y economía sumergida. Cómo podemos pedir ayuda financiera, pedir acercamientos, que intercedan por nosotros, que se creen eurobonos, si nuestra imagen transmite un riesgo de cierta deriva de la hipotética ayuda proporcionada hacia el mantenimiento de privilegios ilícitos de ciertos grupos que acaban ensuciando el buen nombre de toda la sociedad. Una estricta y concienzuda mentalidad centroeuropea se resistiría a ello, por mucho que el hundimiento de los países sureños arrastre (aunque solo muy al final) a los países más fuertes de nuestro entorno. Asumamos que tenemos un problema y hagamos algo serio, basado en leyes y política de comunicación, para acabar con esa lacra. Dejemos de fingir que actuamos con rotundidad en ese campo. El problema de fingir es que siempre hay alguien que acaba no creyéndoselo.

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