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miércoles, 14 de septiembre de 2011

Dejemos de llorar sobre la leche derramada: ¡Es hora de remontar la crisis!

El otro día, un amigo me preguntó: “¿De quién es la culpa de esta crisis?” Pensé un poco en la respuesta y le contesté lo que creía: “Un poco de todos nosotros”. Él se esperaba, probablemente, que le iba a responder algo así como “de los bancos”, “de los políticos”, “de los mercados” y creo que hasta hubiera aceptado una respuesta tipo “del Club Bilderberg”. ¿Pero “de todos”? Y me contestó: “Pero si hace cuatro años estaba yo en mi casa tan tranquilo, afortunadamente ahora hago lo mismo que hacía entonces, mi vida poco ha cambiado, ni arriba, ni abajo, y hoy día no ganamos para sustos con el país al borde del colapso día sí y el otro también. ¿Qué ha pasado? No me veo entre los culpables.”

Cuando crisis era una palabra destinada a caer en desuso, cuando gastábamos mucho más de lo que teníamos, cuando incluso soñábamos que lo íbamos a ganar, cuando expertos bancos en artes mercantiles invertían grandes sumas de capital en nuestro ego, porque creían que les podíamos hacer más felices en el futuro de lo que ya eran en el presente, pero sobre todo cuando todos nosotros creíamos ciegamente en la máxima del capitalismo en que todos actuando de forma egoísta e individual generaríamos el mayor bienestar de la sociedad, en ese entonces, y no después, se inició la crisis. No es nada nuevo. El griego Esopo ya lo había descrito con gran precisión hace siglos en uno de sus grandes trabajos titulado “La Lechera”.

Hemos creado un país de arquitectos, encofradores, albañiles, peones, jefes de obra, carpinteros, electricistas, fontaneros. Hemos apostado todo al rojo. Y perdimos.

Perdimos el potencial de cinco millones de personas que no saben qué hacer con su tiempo en casa, perdimos poder financiar la educación, la sanidad, la justicia y las políticas sociales que deseábamos para nosotros y para nuestros hijos, perdimos al tener que decir al resto de Europa que necesitamos que nos eche un cable con el acecho de los mercados, aunque, de momento, mirando por el retrovisor a Grecia, Portugal e Irlanda.

Deberíamos no tanto preguntarnos que hicimos para llegar a esta situación, como preguntarnos qué no hicimos cuando todo nos iba “bien”.

Pero, retomando a Esopo, no vale la pena llorar sobre la leche derramada.

Deberíamos centrarnos en hacer ahora mismo lo que no queremos arrepentirnos en el futuro de no haberlo hecho. Más que nada porque lo mal de hoy, puede que mañana nos parezca que no ha estado tan mal, si se cumple la profecía de Murphy…

El Estado tiene problemas de financiación para atender las políticas de bienestar que había otorgado a los ciudadanos. Cuando los fondos son escasos debemos dirigir los pocos recursos a operaciones que requieran una mayor eficiencia.

En primer lugar se debería atacar de forma contundente el fraude fiscal. La Fundación de las Cajas de Ahorro estimó en Junio de este año que la economía sumergida asciende casi a 24% del PIB en España y creció el doble que la economía española en los últimos 30 años (http://www.elpais.com/articulo/economia/Funcas/afirma/economia/sumergida/Espana/asciende/24/PIB/elpepueco/20110601elpepueco_8/Tes). En grandes números: el Estado sería un 24% más rico de lo que es ahora si pudiera acceder a esa parte de la economía, que es solo de algunos, para poder redistribuirla entre todos. Aunque el estudio destaca que el aumento de la presión fiscal es el gran responsable del aumento del fraude, yo que no soy ningún experto, tengo la sensación que el culpable es aquél que tiene ganas de no cumplir la ley, básicamente porque le va mal hacerlo, y que por lo tanto debería ser perseguido por la justicia. Además, y sigo hablando solo de sensaciones, creo que todo lo que se invierta en recuperar lo perdido, aparte de que se restituya lo que es de todos, permite desincentivar a potenciales defraudadores, por la que les puede caer. Tampoco sé si no estaría demás, en la situación actual, donde cabría un amplio rechazo a ese tipo de conductas, plantearse la ampliación del plazo en que se debe mantener los registros contables o los plazos de prescripción de delitos fiscales.

En segundo lugar se debería eliminar la corrupción. ¿He dicho eliminar? Si, eliminar. Corrupción cero y el Estado como ejemplo. Quizás se debiera empezar por la creación de un organismo independiente encargado de auditar los organismos estatales, con acceso casi ilimitado a todas las cuentas, y cuyas misiones básicas serían: por un lado detectar casos de corrupción en los entes públicos (http://www.transparencia.org.es/BAROMETRO%20GLOBAL%202010/INFORME%20DETALLADO%20SOBRE%20EL%20BAROMETRO%202010.pdf); por otro verificar la eficiencia en la asignación de recursos, a través de indicadores que relacionen gasto con el bienestar de las poblaciones al cual va dirigido; y por último estimar si los costes de mantenimiento de las políticas llevadas a cabo pueden ser financiados en el largo plazo con un bajo riesgo de incumplimiento. Los resultados serían una buena herramienta para que los votantes puedan discernir de forma empírica los logros, en su bienestar y el de sus descendientes, que les están proporcionado sus gobernantes, para garantizar la confianza que ha sido otorgada a éstos últimos dándoles en mano las llaves de las arcas públicas y para asegurarnos de que lo que nos dan no es pan para hoy y hambre para mañana.

En tercer lugar se debería hacer de la Educación una pieza estable, aparte de clave, del país que se quiere crear mañana. Lo fundamental de una clase es que ésta debe permitir que los alumnos adquieran concentración/atención para asimilar conocimientos, basados en la ética y en el respeto a los demás, que les sirvan para su crecimiento personal y relacional, en una edad temprana, y profesional, en una edad más madura. Todo el sistema educativo obligatorio cambiante, que no permita que los alumnos adquieran, al final de los distintos cursos lectivos, elevados grados de concentración, ética y respeto, ha fallado en su cometido, y generará individuos que, en una alta probabilidad, no dispongan de esas cualidades como adultos (http://www.stecyl.es/prensa/041220_Escuela_Finlandia.htm). No disponer de ellas puede facilitar que no solo el individuo adulto no contribuya a elevar su bienestar y el de la sociedad, como puede que reme en su contra, bajándoles a ambos. Otra vez no soy experto en el asunto, y volviendo al campo de las sensaciones, creo que los alumnos deben tener segundas oportunidades para aprobar, si no lo han conseguido a la primera (sistema de repesca), o para que se esfuercen más, pero se les debe también conceder la oportunidad de fallar, y de no pasar de curso. Fallar, y sus consecuencias, también es una forma de crecimiento personal, siempre y cuando se haga que el alumno lo perciba como un revés en su vida, aunque hacerlo no debe ir en detrimento del grupo, de menor edad, al cual se va a reubicar, por lo que se requiere de los profesores una formación y autoridad suficientes, más allá de sus conocimientos sobre las asignaturas impartidas, para tratar este tipo de posibles conflictos.

En cuarto lugar, el trabajo bien o mal remunerado parece que esté en fase de extinción. Made in China, inmigrantes, deslocalizaciones, EREs. El pánico se nos apodera. Crear y mantener el número de puestos de trabajo que una sociedad necesite según un nivel retributivo que permita una vida digna. ¿Parece utopía? Pues llega un momento, notablemente cuando uno cree que no podía estar peor, que es cuando pon manos a la obra para alcanzar las utopías. Y creedme, se puede estar peor. Por lo que no conviene aplazar ese momento durante mucho más tiempo. El luto es necesario pero no debe ser vitalicio y se debe finalmente mirar hacia el futuro. Todo lo que una empresa no paga a terceros es distribuido en forma de sueldos internos o se queda invertido en aplicaciones a corto y medio plazo, para que se pueda afrontar inversiones futuras en el negocio. La empresa que distribuya la totalidad de ese montante de forma igualitaria en sueldos internos dignos, generará el máximo número de puestos de trabajo que pueda. Claro que esa empresa, si existiera, se llamaría MTC SA (Madre Teresa de Calcuta SA). Pero la avaricia nos ha llevado hasta donde estamos hoy y los resultados están a la vista. Los impuestos sobre sociedades deberían incentivar a que muchas empresas se convirtiesen a una nueva religión, menos basada en la codicia y más basada en la cosa social. Deben permitir el justo equilibrio entre los intereses de accionistas y los de la sociedad. Necesitamos que se generen puestos de trabajo, que éstos permitan un sano desarrollo personal y que dispongan de un valor digno en un mundo altamente conectado donde abundan trabajadores (http://www.oit.org.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=199:en-un-nuevo-estudio-sobre-espana-la-oit-urge-politicas-centradas-en-el-empleo-para-consolidar-la-fragil-recuperacion&catid=59:noticias&Itemid=58).

En quinto lugar replantearía la idea actual de especulación en bolsa. “Ford cada día antes de entrar en la Bolsa de Valores solicitaba a un limpiabotas que le sacara lustro a sus zapatos hasta que un día éste, de forma tímida, se permitió la libertad de aconsejarle a que invirtiera en ciertos títulos que él mismo había modestamente adquirido. Después de darle una moneda por los servicios prestados Ford entró en la Bolsa y vendió todos los títulos que tenía en cartera mencionados por el limpiabotas. Efectivamente los títulos se hundieron.” Los que disponen de silla en el consejo de administración de las grandes empresas son los que mejor conocen como se van a comportar sus empresas, muchas de ellas con acciones cruzadas con otras grandes empresas y en posición de dominio en los mercados. Cuando los brokers detectan los movimientos que hacen los primeros, que intentan operar grandes sumas de dinero de forma sigilosa y escalonada, el precio de los títulos ya ha variado considerablemente y éstos se lanzan a la carrera. Por último el Sr. García, dueño de una panadería en el barrio, se entera, casualmente en las noticias, que los títulos en que había depositado una parte importante de sus ahorros, y aconsejado por el quiosquero, no valen absolutamente nada. Me pregunto por qué a veces entramos en batallas perdidas antes de que empiecen. ¿En qué nos sirve a la sociedad que se especule con el valor teórico de las empresas en el mercado? ¿Por qué las decisiones de inversión en acciones no se basan exclusivamente en los beneficios que la empresa puede potencialmente aportar con sus productos o servicios, con su innovación, con su conocimiento, con su capital humano? ¿Qué sentido tiene que se adquieran acciones para venderlas a menos de un año vista? ¿Se está invirtiendo en un proyecto real de futuro o simplemente solo se está jugando al póquer? ¿Quién gana? ¿Quién pierde? Señores gobernantes sugiero que por favor limiten por ley todas las operaciones de corto plazo en valores bursátiles.

¿Otro Mercado Bursátil es posible?