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domingo, 26 de septiembre de 2010

¿Cuánto cuesta un kilo de Bienestar, por favor?: Informe del Barilla Center for Food and Nutrition

Recomiendo el artículo "Crecimiento y bienestar" del periódico El Pais de 26 de Septiembre de 2010 (http://www.elpais.com/articulo/primer/plano/Crecimiento/bienestar/elpepueconeg/20100926elpneglse_5/Tes) publicado por Ángel Ubide, investigador visitante del Peterson Institute for International Economics en Washington, sobre el informe "Measuring people’s wellbeing" publicado por el Barilla Center for Food and Nutrition en http://barillacfn.com/en/pubblicazioni, el cual intenta abordar nuevas maneras de medir el bienestar de los pueblos, entre los cuales se encuentra el pueblo español, sin tener que recurrir exclusivamente al PIB.

Informe del Barilla Center for Food and Nutrition:

Measuring people's wellbeing: the BCFN Index

The awareness that all-round personal wellbeing depends on a number of variables which are not based exclusively on economic and material elements considered for the purposes of policy-making is making increasing headway. These aspects are linked to lifestyle, food choices, health and environmental protection. This document – which represents a preview of an ongoing commitment and which aims to take on a mainly methodological approach – represents the first contribution to the construction of a multi-dimensional index to measure the level of personal wellbeing in a selected group of developed countries.

(pdf 40 páginas)

domingo, 12 de septiembre de 2010

¡Quiero votar a la derecha!

No, no. No es una burda provocación para hacer saltar los ojos y poner los pelos de punta a cualquier lector incauto simpatizante de la izquierda en España. De lo que quiero hablar es de la normalidad democrática donde cualquier ciudadano puede expresar libremente, no solamente a través de su voto, pero en cualquier bar con los amigos y una cerveza delante, su indignación con ciertas políticas de ‘izquierdas’, así como su aceptación de ciertas políticas de ‘derechas’, o al revés, sin que sea tildado de ‘facha’ o ‘comunista’.

Si echamos un vistazo a nuestros países del entorno quizás podamos ver algo de esa normalidad, donde los pueblos depositan su voto en las urnas, sin que les tiemblen las manos, apostando por uno u otro bando ideológico tras cada elección, siempre y cuando creen que sus gobernantes, del color que sean en cada momento, no lo hayan hecho lo suficientemente bien, sin que ello repercuta en una condena pública a cada individuo sobre su falta de consciencia política, falta de ética, falta de valores, o cualquier otra cosa que le relacione con el término ‘chaquetero’, por el simple hecho de votar indistintamente a partidos de corrientes contrapuestas.

Pero en España ocurre un fenómeno distinto: o eres de derechas o eres de izquierdas. El hecho de ‘ser’, y no ‘estar con’, según el momento, queda irremediablemente inscrito en el ADN del individuo cada vez que expresa públicamente su opinión política. Actualmente alabar alguna opinión de un político que no coincida con la corriente ideológica que tus más cercanos consideren que es la tuya, consiste en un hecho similar, valga la distancia, al de ser tratado como un judío en un bar lleno de nazis, o al revés.

En realidad entiendo que en España así sea. Y achaco la culpa de este parecido a una esclerosis colectiva básicamente a que la derecha española no ha roto definitivamente con su pasado, y ha evolucionado desde bases que deberían haber sido desterradas hace más de 30 años.

Seguramente la transición a la democracia en España tuvo defectos, pero fue la mejor que se supo y se pudo hacer, con la virtud de haber sido una transición pacífica y de que hubo una participación constructiva de todos los protagonistas de la época. Un buen ejemplo de cómo hacer bien las cosas, teniendo en cuenta el periodo delicado que se vivió, aún cuando, algún tiempo más tarde, algún nostálgico de otros tiempos haya intentado infructuosamente redecorar el techo del parlamento con unos cuantos agujeros.

La transición fue ejemplar en lo que respecta a la integridad física del pueblo del territorio español pero yo diría que no se estigmatizó con la vehemencia necesaria al anterior régimen y cuyas consecuencias de ésta parálisis se sufren desde entonces hasta nuestros días.

No acabo de entender cómo aún persisten plazas y calles de importantes ciudades cuyos nombres homenajean al ‘generalísimo’ y cómo se permite que algunos insinúen que así se debe mantener porque es parte de la Historia del país.

No entiendo cómo un conocido delfín de Franco - un personaje que ha llegado a tener un alto rango en el anterior régimen dictatorial por su dedicada labor de un cuarto de siglo y que como mínimo era conocedor de las atrocidades cometidas, a las cuales, en el mejor de los casos, simplemente les ha girado la cara hacia otro lado, aunque sería algo que difícilmente puedo imaginar ya que para ser ministro en un régimen así creo que sería condición sine qua non ser un valeroso celador de la ideología dominante y tener una importante confianza del dirigente supremo - puede pasar al nuevo status quo democrático haciendo un ruido enorme y a cara descubierta, fundar al mayor partido de derechas actualmente en vigor en España y dirigir, con una holgura monárquica sorprendente, una importante región de España durante 15 años en… ¡democracia! Quizás haya sido el gran vanguardista, moderador, y aperturista de la dictadura, como tantas publicaciones actualmente lo identifican, o quizás sea la semilla que se dejó de algo que estaba prestes a extinguirse. Que lo escoja quien quiera.

No entiendo cómo los antiguos altos cargos franquistas no hayan tenido que exiliarse en algún país con estructuras dictatoriales afines, bajo identidades falsas, temiendo represalias similares a las que ellos mismos potenciaban o cómo mínimo persecuciones que implicasen castigos similares a los que somete la democracia a los delincuentes peligrosos. Y no solo eso. Siguen caminando tranquilamente entre nosotros, y les vemos muriéndose de vejez, y se permite que hagan escuela entre los más jóvenes proporcionándoles una visión moderna sobre las prácticas habituales del pasado. Más que extinguiéndose yo diría que están reproduciéndose.

Tampoco entiendo cómo hasta el día de hoy no se haya aclarado y buscado hasta la extenuación todos los crímenes cometidos durante la dictadura de Franco. Hay algunos, quizás nostálgicos empedernidos, que quieren equiparar a todos los muertos, durante la Guerra Civil y durante la dictadura. Ya me dirás cómo se puede comparar los muertos en la guerra, que solían ser ‘reclutados’ en un pueblo cualquiera en la España de los años 30 - y que uno se puede imaginar si el ímpetu por luchar del agraciado se debía esencialmente a sus fervorosos valores ideológicos o por quizás escuchar por parte de sus casuales reclutadores la típica frase “o estás conmigo o estás contra mi” – con aquellos que fueron asesinados, sin rastro de honor en el hecho, por no claudicar, o simplemente por parecer no claudicar, o porque alguien había dicho que no claudicaba, con las directrices impuestas por el caudillo. Casi definiría este tipo de comparaciones como ‘apología del terrorismo’.

Debo reconocer que en España no existen prácticamente partidos de extrema derecha y que este, en apariencia, cristiano hecho se debe en gran parte gracias a que algún carismático dirigente de un importante partido de derechas, que incluso ha ocupado la presidencia del gobierno, haya potenciado, en el interior de su partido, cierto discurso típico de las formaciones de derecha más radicales, pero negando la mayor públicamente: se trataba de un partido de centro-derecha. Desgraciadamente muchos moderados se habían creído que se trataba de un partido moderado pero el discurso había atraído a muchos extremistas. La fundación y la dirección del partido siempre han indicado su esencia, sus valores, pero nunca lo han dicho claramente. Podían poco a poco, y de forma sigilosa, moldear el pensamiento de toda una nación incluyendo en su discurso un comentario más extremista aquí, otro más extremista allí, con una clara tendencia alcista en los extremismos. La izquierda ha dejado que paulatinamente el discurso de la derecha fuera más extremista porque nunca puso manos a la obra para enterrar definitivamente a Franco.

Desconozco los laberintos legales que desembocaron en la imputación de un juez, con reconocimiento internacional, que se ha decidido investigar los crímenes de Franco, y dar un primer paso para conocer donde están los cuerpos, elaborar un censo y determinar científicamente las causas de sus muertes, sin tener que recurrir a los datos, quizás un poco tendenciosos, del régimen de la época. La ley es la ley. Alguna de las causas abiertas contra el juez se refieren a su prevaricación al considerarse competente para investigar los crímenes del franquismo. Casualmente la denuncia viene por parte de una asociación de ultraderecha, que las malas lenguas dicen que supuestamente estaría directamente implicada en los crímenes que el juez quiere investigar, en un intento de no permitir que se desvanezca el aurea de su supuesto arrepentimiento, ya que hoy ya tiene las manos lavadas de las manchas difíciles de sacar de aquella época gris. Muy bien. La persona en función de juez se va a sentar en el banquillo de los acusados por una serie de casos. Pero ¿y qué pasa con la causa que investigaba? No quiero pensar que se trata del común tópico sobre los tentaculares y no identificables poderes fácticos, que por poco hubiesen permitido a ese juez atrapar a uno de los dictadores más sanguinarios de América Latina, pero que de ninguna manera permitirían que hurgase en la basura removiendo cosas más importantes cómo la dictadura franquista. Imaginar eso sería simplemente la típica enajenación transitoria de aquellos tipos encogidos y desconfiados, que se sienten perseguidos por todos, y que siempre insisten en grandes teorías de la conspiración. Pero si no lo es… ¡te juro que se parece un montón!

Si la izquierda se interesa en que este sea un país de normalidad democrática debe exigir que la derecha sea, de una vez por todas, una derecha democrática. Debe exigir que se sepa la verdad sobre el pasado de este país y saber que han hecho los grandes protagonistas de esa época oscura, identificando a los aún vivientes y sus secuaces, propiciando que les afecte un verdadero estado de vergüenza nacional, y buscarles el castigo que la democracia se haya asignado a sí misma. Debe impedir que esa estirpe se propague abduciendo a más y más individuos.

El riesgo está en que quizás los votantes que son de izquierdas pasen eventualmente a estar de izquierdas, según el momento, y quizás en otros momentos voten a una derecha más normalizada. Pero a eso no hay que temer. Hay cosas peores que temer y que ya son parte del presente.

Permítannos que tengamos una derecha verdaderamente democrática. Permítannos que votemos la derecha. Permítannos tener esa opción. Sería señal que tenemos más libertad.