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domingo, 14 de julio de 2013

Memorias De Un Votante: Solo Deseo Que Salga Buena Persona


Las matemáticas de Pareto nos dicen que ante cualquier problema, y conociendo de antemano las restricciones que se nos presentan, solo existe una solución optima para alcanzar un máximo objetivo, y no existe una segunda solución que no empeore al menos uno de los demás objetivos de segundo orden.

Digo esto por la supuesta dicotomía entre derecha e izquierda y la creencia imperante de que existen dos posibilidades optimas de mejorar el bienestar de una sociedad. Dicha división es irrelevante pero no es inocua.

Se subentiende de dicha división en sus casos extremos, y en lo que a economía se refiere, que unos proponen aumentar el bienestar general apoyando incondicionalmente, y sin mirar a gastos, a todas las necesidades de todos los ciudadanos, sean éstas cuales sean, sin pensar que ese tipo de acciones puede ocasionar dramas mayores en el futuro. Otros proponen que cada uno se espabile por si mismo, que no molesten a los demás con sus quejas, y que es natural que unos prosperen y que otros caigan, si tienen de caer, incluso en las formas de miseria humana más repugnantes.

La realidad es bien más compleja y la virtud con toda seguridad está en algún punto intermedio.

En toda la historia de la política nunca hemos definido correctamente los objetivos de primer y de segundo orden a alcanzar y mucho menos hemos entendido los problemas que nos han venido encima a causa de las acciones políticas tomadas. Por lo que si alguna vez alguna sociedad en el mundo haya creído alcanzar sus máximos objetivos debe saber que ha sido por mera casualidad y no porque sus políticos sabían lo que hacían. Ante este panorama el futuro de esa sociedad fuera de serie seguiría siendo incierto ya que seguirían sin tener la más mínima idea de cómo volver a hacerlo bien si las cosas se torciesen de nuevo.

La separación de raíz entre derecha e izquierda, desde la existencia de partidos democráticos, no parece ser una base solida para empezar a resolver los problemas de una sociedad. Y los ciudadanos no debemos intentar resolver los retos de la sociedad en esa clave.

¿Cuál debe ser el máximo objetivo de una sociedad? ¿Qué todos seamos ricos? ¿Qué tengamos la máxima salud? ¿Qué tengamos una educación exquisita? ¿La felicidad? ¿Debemos ser altruistas con los que podemos considerar perezosos o sociópatas, cuando éstos tienen problemas, o debemos castigarles sin contemplación?

¿Cómo medimos el máximo objetivo de una sociedad? ¿A través del PIB? ¿De la renta per cápita? ¿Por el porcentaje de gasto en educación? Hay incluso quienes abogan por medir el alcance del desarrollo de una sociedad a través del estado de conservación de la pintura de las carreteras (si el Estado dispone de dinero para su correcta manutención solo se puede deducir que todo aquello para lo que no tendría dinero sería algo menos importante que eso).

Para responder a la primera pregunta yo optaría por un lugar común: que seamos, todos y cada uno, buenas personas.

(Y con esto no quiero practicar el “buenismo” que se ha atribuido a algún personaje importante de la historia de España, cuyo término se ha vuelto despectivo muy a mi pesar)

Quisiera advertir simplemente que teniendo este objetivo máximo en mente es posible que de una manera práctica podamos psicoanalizar a nuestros políticos y medir sus acciones y,  ¿por qué no?, hacernos nosotros mismos un ejercicio de introspección, para de esa forma responder a la segunda pregunta de una forma quizás más correcta.
Para responder a la segunda pregunta os propongo un ejercicio preguntándoos a vosotros mismos lo siguiente, concretamente cuando leáis el periódico o cuando veáis el telediario por la noche: ¿Creo yo que ese señor que me representa es buena persona? ¿La política que aquella señora quiere llevar a cabo, que deja en la cuneta de esa forma tan cruenta a tantas personas y cuyos beneficios parecen tan en el aire, es la política que haría una buena persona como yo? ¿Tal acción política ayuda a convertir al que la pone en marcha, a todos los individuos afectados, directa e indirectamente, y a los no afectados, en carácter de simple representados, en buenas personas? ¿Lo que dicen los políticos de los demás hacen de ellos y de la sociedad mejores personas?
  
Ansiamos que con nuestro voto los políticos sean un reflejo de la sociedad. El voto cada cuatro años no es suficiente para que les demostremos que su reflejo está distorsionado. Y aunque no esté y seamos como ellos, un voto cada cuatro años es tarde si quisiéramos intentar cambiar a media legislatura nuestro rumbo y el de los que nos representan. Necesitamos pronunciarnos más a menudo sobre muchas más cosas. Necesitamos un referéndum cada semana. Quiero saber de primera mano qué piensan hacer mis representantes sobre los asuntos concretos en los que tengo una opinión. Quiero poder valorar mejor si los políticos me han salido buenas personas cuando hablen directamente conmigo. Para que yo mismo, en conjunto con todos los demás, podamos cambiar su reflejo si no nos gusta lo que vemos.

Actualmente parece que los ciudadanos somos un reflejo de nuestros políticos. Debemos tener el derecho a indicarles las claves en que deben ellos actuar y no al revés.